Los tipos de camas eléctricas son uno de los primeros parámetros a valorar por parte del equipo profesional de un centro geriátrico cuando el paciente se encuentra ingresado. Este factor, que por lo general suele pasar inadvertido, supone un determinante cuando se llegan a ciertas edades y nuestra capacidad funcional se ve mermada. Por eso, debemos tenerlo en cuenta y comenzar a valorarlo, tanto para nuestro yo de un futuro no tan lejano, como para nuestros padres y madres, tías o abuelos de nuestro presente más inmediato.
Conforme envejecemos nuestras capacidades, ya sean físicas o mentales, se reducen. No podemos llevar a cabo las mismas tareas a los 20 años que a los 50 o a los 75. Nuestro organismo, poco a poco, va necesitando ayuda. Los elementos que primero se ven afectados y que, por lo tanto, es fundamental su revisión y adaptación constante son:
– Presencia de escalones o escaleras en el domicilio: pueden provocar que esa zona del hogar deje de ser transitada, pues supone un sobresfuerzo difícil de llevar a cabo.
– Presencia de bañera o plato de ducha: la bañera en la mayoría de las ocasiones obliga a superar un obstáculo de gran altura, lo cual se acaba convirtiendo en imposible.
– Posibilidad de contar con un asistente para la marcha como son un caminador o, en caso de que la disfunción avance, una silla de ruedas.
– Tipo de cama utilizada: una cama eléctrica articulada frente a una convencional supone un avance tremendo, ya que nos permite llevar a cabo con una facilidad mucho mayor y adaptar un número mayor de posturas en la cama, beneficiando así a nuestra musculatura y comodidad.
¿Necesitaré una cama eléctrica en unos años? ¿La necesitan mis padres?
La respuesta será sí. Si bien se puede hacer vida normal con una convencional, la calidad será menor. Hay que tener en cuenta que el trabajo que realiza la eléctrica es un trabajo que estamos ahorrándonos de hacer nosotros. Esto, en un niño de 10 años no es un problema, pues es joven y tiene una energía todavía desbordante. Pero en el caso de un anciano convaleciente de una fractura de fémur se convierte en trascendental y cualquier ahorro de energía, por ínfimo que sea, se posiciona en el lado positivo de la balanza.
En primer lugar, se debe saber en qué consiste. Este tipo de camas son metálicas, de lavado fácil y disponen de ruedas, las cuales posibilitan el fácil transporte de la misma. Se ha de considerar el hecho de que quizá se llevan a cabo largos procesos de postración, por lo que la cama será una fiel compañera del paciente y lo acompañará a casi todas las estancias de la residencia si la distribución y las medidas de pasillos y puertas lo permiten.
Aparte de estas características, las cuales son comunes a la mayoría de camas eléctricas, existen otras que son más concretas en función del objetivo que se persigue. Por eso, se ofrecen una serie de consejos para elegir la más correcta en función del estado del paciente, ya que, dentro de la gama eléctrica, existen muchas variedades.
Diferentes tipos de camas eléctricas
En primer lugar, varían en el número de articulaciones y esto influye en el número de posiciones finales posibles:
– Cama de dos fases. Consta de una sola articulación, por lo que solo se articula la zona de el tronco y la cabeza, siendo fija la de las piernas. Este tipo facilita la incorporación, por lo que se empleará en pacientes con cierta movilidad, que se levanten de la cama con asiduidad.
– Cama de tres fases. Consta de dos articulaciones, de manera que se movilizan a la altura del tronco, cabeza y piernas, quedando fija la sección de la cadera. Este tipo permite un número mayor de posiciones: sentado, con las piernas elevadas y ambas a la vez.
– Cama de cuatro fases. Consta de tres articulaciones. A diferencia de la anterior, en la fase de las piernas disponemos de la posibilidad de realizar un doble movimiento, verticalizando de rodilla a cadera y horizontalizando la parte anterior del cuerpo. Así se obtiene una posición muy ergonómica para el descanso.
Por lo tanto, si el caso que te atañe es referido a una persona joven con cierta capacidad para la realización de los movimientos, la opción que más se ajustaría es la de dos fases. En cambio, en los casos de personas mayores, la elección más recomendable sería la de cuatro fases.
Así mismo, el tipo de colchón también influirá. Por lo general, suelen ser colchones convencionales, divididos en tantas piezas como fases tenga la cama, pero los hay especiales. Por ejemplo, los de agua a temperatura de 37° evitan en la medida de lo posible la aparición de úlceras, pues sortean los puntos de presión.
Es cierto que es posible que la necesidad de este tipo de camas no sea permanente, sino temporal. Por ejemplo, mientras se produce la recuperación de una fractura de pelvis o fémur, motivos por los cuales se tendrán que llevar a cabo periodos prolongados de 1 mes o más de descarga, es decir, de evitación de apoyo de la zona en cuestión – en este caso la extremidad inferior – en el suelo, para evitar su lesión de nuevo.
Por esta razón, quizá, la compra de una cama de este tipo no sea la mejor opción. Quizá todavía somos lo suficientemente jóvenes y nuestro estado de forma es correcto, por lo que, pasado este lapsus de recuperación, podremos valernos por nosotros mismos sin la necesidad de somier articulado. En estos casos, la mejor opción con diferencia será decantarse por el alquiler de artículos de ortopedia, de manera que podremos beneficiarnos de las ventajas de estos artículos, sin la obligación de adquirirlos para siempre. Además, las camas no son el único elemento de ortopedia que se puede alquilar, por lo que es conveniente revisar qué necesitaremos y si nos interesa comprarlo o alquilarlo.
Esperamos que estos consejos te permitan elegir entre los tipos de camas eléctricas que más se adapten a ti y tus circunstancias.
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